Este Lunes No Canté

No fui yo, juro que no fui yo, esta vez fue Tía Elizabeth, ella fue quien se pasó el fin de semana entero cantando y bailando la canción como si fuera bailarina de flamenco española y si el sol lo sabe, nos quema a todos, o nos quema a las dos, igualito como quemaron a Juana de Arco, la diferencia entre ella y nosotras es que ella no era culpable y nosotras si, más culpables que nunca pregonamos la canción y celebramos el encuentro del toro y la luna y una y otra vez hasta que el sol nos oyera y se enfureciera aún más.

El punto es que la canción es muy bonita, es de Jarabe de Palo y más "Guapa" no puede estar aunque la historia es bastante larga, les cuento que la luna quería un bebé, pero no del sol, por más que este la quería y la deseaba, sino del toro que andaba enamorado de la luna. Aún el sol impidiéndolo y enfurecido derritiendo todo, el encuentro amoroso se dio y las estrellas coqueteaban sonrisillas solapadas durante todo el largo y ardoroso apareamiento. La luna, después de su gran momento, encendió un cigarrillo mientras que el toro acariciaba mansamente sus ternuras.

Al cabo de algunos meses, la hinchazón de la luna alumbró los frutos de su pasión, por eso, en recuerdo de este amor, en el pueblito de Pucará en los andes peruanos, la tradición manda que al construir una casa, en el tejado se acomode un torito blanco como signo de fuerza, protección y respeto por este amor tan desenfrenado y particular. Aunque ya no pintan el torito de blanco por falta de dinero, siempre lo acomodan a la altura de los tejados, para que en las noches se halle más cerca del perfume de su amada, la grácil luna. Por otro lado, el sol, nada contento con el desliz, recorre aparentemente al mediar la primavera sus estrellas, en vigilia por si vuelven a juntarse los rendidos enamorados. Aunque por ahí andan diciendo que han visto a la luna peinándose en los espejos del río y que el toro la está mirando entre la zarza escondío, pero ese es otro cantar.


Aunque esto sea una leyenda, yo creo que es verdad, si la luna no amara desenfrenadamente, de la única forma en que se debe amar, no le permitiera a los enamorados amarse ante ella y amarse y amarse una y otra vez más, porque la luna es discreta, porque la luna es permisiva y sabe callar, porque amar como la luna es saber amar.